jueves, 6 de junio de 2013

La carta certificada más antigua de España


Buceando en la Historia de la Filatelia 009.

Publicado en Revista de Filatelia (diciembre 1999)


La evolución de los precios a los que se cotizan las piezas de Historia Postal en los últimos años ha sido, en general, espectacular. Pero de entre ellas, destacan  las cartas circuladas por correo certificado con anterioridad a 1875, las cuales han experimentado incrementos vertiginosos. Por consiguiente, no está de más que centremos nuestra atención en ellas.

El documento más antiguo, del que tengo conocimiento, que haga referencia a cartas certificadas circuladas en España es el título de correo mayor del reino de Aragón otorgado por Juan de Tasis y Peralta en favor de Antonio Vaz Brandon de fecha 2 de enero de 1611. En él se especificaba la obligatoriedad de que a las Estafetas se les diera un parte (lo que generalmente se llama un “vaya”) en el que se indicara el día y hora en el que salían del punto de partida y el día y hora en el que arribaban a destino,  y mandaba que “en dichos partes se pongan todos los dichos pliegos de Su Magestad y sus ministros y esté obligados a tomar certificación de la entrega para que se les pueda pedir cuenta dellos si se perdiere alguno, como a los correos extraordinarios que se despachan por los ministros de Su Magestad”. Pero este concepto de certificación no es postal, sino que se refiere al hecho genérico de “certificar”, es decir: testimoniar, dar testimonio, asegurar uno algo bajo su palabra o firma respondiendo moralmente de la certeza de lo que dice.
Recientemente se han reputado dos cartas del Archivo Histórico Municipal de León, una del año 1604 y otra de 1607, como certificadas, cuando, en mi opinión, no lo son. Se trata de cartas que llevan  efectivamente escrita la palabra certificación con la abreviatura habitual de la época y la firma autógrafa del Correo Mayor Tassis. Esta firma, como acabamos de ver por el texto transcrito del título otorgado a Vaz Brandon, era el requisito obligado a los correos extraordinarios de firmar la recepción de las cartas que el rey o los miembros de su Consejo le entregaban a fin de poderle exigir responsabilidades en caso de no llegar a ser entregadas a sus destinatarios. Cierto es que pueden considerarse como antecedentes del correo certificado, pero en sentido estricto no son certificadas porque ni se indica el punto al que deben devolverse para comprobar su entrega (precisa la expresión certificación a tal lugar), ni lleva el “recibí” del destinatario. Estamos ante una certificación de oficio, no ante un certificado postal.
Pocas noticias tenemos de este tipo de correspondencia con anterioridad al proceso de incorporación del correo a la Corona y la creación de las marcas postales el 1 de enero de 1717, fecha en la que se promulgan unas primeras disposiciones para su regulación así como la tarifa de sus portes.
La carta certificada española más antigua que se conserva hoy en día es la que reproducimos en este artículo. Está fechada en Madrid el 14 de diciembre de 1661 y dirigida a la ciudad de Viana en Navarra. Se trata de una misiva del rey Felipe IV comunicando el nacimiento de su hijo Felipe el Próspero, que pese a su optimista calificativo fallecería antes de cumplir los cuatro años de edad, el 6 de noviembre de 1661. De esta comunicación se conocen varios ejemplares, pero no se conserva ninguna otra carta certificada del siglo XVII. Y sólo durante la segunda mitad del XVIII es cuando encontramos alguna carta certificada, primero sólo con indicaciones manuscritas y más adelante con marcas específicas de certificación.
Observemos en la carta reproducida que ya aparece la denominación (abreviada) “CERTIFICACION A MADRID”  y, de forma primitiva, los signos de certificado (aquí son dos aspas de cuatro y tres trazos cada una, que posteriormente se convertirán en cuatro aspas de dos trazos en cada una de las esquinas del frente de la carta). Lo que fuera costumbre acabaría siendo preceptivo, así la O. de Correos de 29 de abril de 1861 dice “para que los certificados sean conocidos a primera vista y no se confundan con la correspondencia ordinaria, se señalará con cuatro rayas en cada uno de sus ángulos en esta forma (      )  según viene practicándose desde fecha inmemorial”.
Por los textos consultados parece que el origen del correo certificado está en la garantía buscada en el correo real de que las misivas llegaran a destino. La forma de lograrlo era obtener una certificación de su entrega en destino. Esta certificación debía enviarse al origen de la carta, de ahí que las marcas se denominen “certificación a xxxxxx”  (la población de origen) .
Postalmente la carta certificada sólo persigue asegurar la entrega de la correspondencia al destinatario sin otra responsabilidad por parte de la institución de correos que la puramente moral. Correos ante la pérdida de un certificado no respondía de su valor  (y más tarde sólo de forma simbólica con una exigua cantidad).
Ya desde sus principios estuvo prohibido remitir dinero y alhajas por correo como recoge la Novísima Recopilación (ley 17 tit. 13 libro 3) y las Ordenanzas de Correos de 1794. Por ello estuvo siempre prohibido certificar dichos envíos; posteriormente únicamente con la mera sospecha de que los pliegos que se presentaran cerrados pudieran contener dinero o alhajas, debía rechazarse su certificación. Sólo a partir de 1858 sería viable este tipo de certificados en los que la tarifa era el doble de los portes que le corresponderían como correspondencia ordinaria, más los dos reales de derecho de certificado, más la posibilidad de asegurar su valor pagando el tres por ciento de ese importe con sellos de correos. En ese momento es cuando nace una nueva modalidad postal que más adelante se conocería como “valores declarados”.
Será a lo largo del siglo XVIII, en la época en la cual se afianzan los oficios de las estafetas, cuando el correo certificado se regula como un servicio para su uso por parte de los particulares. Es importante hacer notar que aquí nos estamos refiriendo a las estafetas en su acepción original primera, como correos regulares y al servicio del público (no en el sentido que el término estafeta adoptaría posteriormente como una administración  de la organización general de correos).
No es fruto de una moda el que hoy las cotizaciones de estas piezas alcancen precios tan altos. La ignorancia sobre el tema ha hecho que durante  muchos años no se valorasen debidamente los certificados; e incluso que llegaran a despreciarse como documentos postales mutilados por ser en su inmensa mayoría sólo frontales (lo que, por otro lado, es normal, ya que debían  ser devueltos con la firma del destinatario y la expresión de su recibo sin fractura a la administración en la que se impusieron para estar disponibles  si el remitente los reclamaba). El gran impulsor de su estudio fue Antonio Perpiñá Sebriá que ante el asombro de todos formaría la más importante colección de cartas certificadas de la primera época filatélica y cuya obra “El correo certificado franqueado con sellos”, publicada por FESOFI en 1989, es un extraordinario ejemplo de trabajo de investigación postal. No obstante queda pendiente de estudio la primera época del correo, la etapa que conocemos como prefilatélica.
Los certificados no solamente tienen justificados los precios que por ellos se están pagando en la actualidad, sino que en mi opinión todavía se verán revalorizados en un futuro. Se trata, en general, de piezas excepcionales. Para tener una idea de su extraordinaria rareza digamos, por ejemplo, que de los 150 años que abarca el siglo XVIII y la primera mitad del XIX podemos estimar en unos 250 ó 300, como mucho, las cartas certificadas que se conservan. Que hay demarcaciones postales como Extremadura Alta o Andalucía Alta de las que no se conserva ni un solo certificado y de otras, como Rioja, Navarra o Filipinas,  únicamente se conocen uno o dos ejemplares. En esos años anteriores a la emisión de los sellos, los certificados son todavía más raros que en la época filatélica, porque si evaluamos en escasamente dos por año los prefilatélicos  conocidos en toda la península, durante los primerosa 10 años de uso de sellos (1850-1859) el número de los conocidos se eleva a más de siete por año.
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Nota del autor:
Pese a lo afirmado en el artículo, el documento más antiguo en el que se trata de tales “certificaciones” es de tiempos de Juan II de Aragón, concretamente de 1459, y reza así una vez traducido del arcaico catalán en el que está escrito: “El que exhibe la presente, apellidado Bartolomé Roger, llegó á Valencia y entregó el pliego de las cartas y escrituras que me venía dirigido de parte de los muy magníficos Señores los Concelleres de la ciudad de Barcelona, el miércoles por la mañana, antes de las seis, que contábamos 28 del presente mes de febrero año 1459. En testimonio de lo cual, yo, Daniel Bertran, notario y escribano del Sr. Rey, le extiendo la presente certificación de mano propia dicho día”.
Durante el siglo XVI la existencia de certificaciones de entrega de correo se encuentran reflejan en los llamados “vayas” o “partes” (el más antiguo que conozco es el de un correo con dos cartas de Su Majestad dirigidas a Sanlúcar de Barrameda el 23 de maypo de 1550.
Esas certificaciones de entrega las encontramos posteriormente, desde principios del siglo XVII, en el frente de cartas refrendadas con la firma del propio Correo Mayor Juan de Tassis en el Archivo Simón Ruiz de Medina del Campo. Una de estas cartas, fechada en 1604, Fernando Alonso la considera la primera carta certificada del mundo, pero como decimos sólo indican que se debe extender una certificación de su entrega. Más tarde sólo aparecen en el frente de las cartas signos de certificación y textos manuscritos “certificación a…” sin la firma del Correo Mayor ni de ningún otro.
La carta reproducida en este artículo, ha sido considerada de manera unánime hasta hace unos años como la carta certificada más antigua de España. En realidad forma parte de este último tipo de certificaciones en su proceso evolutivo hacia lo que será lo que hoy conocemos como  el correo certificado.
Cada vez parece más consolidado el criterio de considerar estas  anotaciones manuscritas como referencias a la obtención de una certificación conforme la carta ha sido entregada al destinatario y no como una carta certificada en el pleno sentido que hoy tiene esa palabra.
Tras la incorporación de los correos a la corona española, la primera carta certificada conocida está fechada en León el 21 de enero de 1717. Y, aunque ésta es la primera certificación de la época en la que se crean las marcas prefilatélicas, todavía seguimos sin conocer el momento y la forma exacta en la que se crea la correspondencia certificada como una clase especial de correo semejante al concepto que tenemos hoy en día de carta certificada.

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